Leila Sucari, ganadora del Primer Premio del Fondo Nacional de las Artes, publica Casi perra, una novela en la que una mujer abandona la vida que solía tener para entregarse a un viaje que solo ofrece una certeza: la pérdida de la identidad. Con un lenguaje poético y a veces desgarrador, Casi perra constituye no solo un viaje sin retorno atravesado por la sordidez y violencia de uno mismo en medio de una sociedad en crisis de egoísmo, sino también el proceso en el que una mujer asume el retorno a la animalidad y el carácter primitivo para conseguir la libertad de alejarse del Yo y abandonarse a la plenitud que ofrece lo incompleto.

Una mañana, Leila me da la noticia de que pondrá en mis manos su última novela. La primera impresión no solo es de sorpresa, sino también de una gratitud que me desborda. Luego de la experiencia con su trabajo anterior, advierto que algo ha cambiado y esa, desde luego, es una gran señal: la literatura vive y se aferra a la vida. En esta ocasión, apuesta una vez más por la estructura fragmentaria, pero con un gran tema y una apuesta estética que deslumbra por su implacable fuerza. En Casi perra, Leila confirma que su interés siempre ha sido el lenguaje y crea, a partir de ello, una historia que no puede dejar a nadie indiferente. La experiencia, el viaje que ofrece la poesía en cada línea y la historia que oscila entre lo sórdido y luminoso, son el resultado de esta entrevista.

AR: A diferencia de tus novelas anteriores, Casi perra es más breve y lírica. ¿Por qué elegiste ahora este formato?

LS: Esta novela fue un trabajo más que de escribir, de desescribir. Pensaba más en el trabajo de los escultores que tienen una pieza y empiezan a sacar y luego ven qué queda. Fue, de hecho, lo más breve que escribí, pero tardé unos cinco años. Fue un montón de trabajo. Sobre todo por la búsqueda de llegar a eso. Pasé por distintos lugares, voces, en realidad yo había empezado la novela escribiendo desde el lugar del hombre que había sido dejado. Me acuerdo que arrancaba con una escena de él y desde su voz en primera persona, y escribí mucho desde ahí, hasta que en un momento dije: no, me interesa la que se fue. Me interesa ella.

AR: ¿Por qué ese interés?

LS: Yo creo que hay temas que me convocan a pesar de mí. Yo no pienso: voy a escribir sobre la locura o la maternidad, sobre el deseo o el cuerpo. En realidad, son temas que se imponen. Una vez que ya pasó y que terminé el libro estoy reencontrándome desde otro lugar y empezando a entender de qué se trata. Hay temas como la fuga, que estuvo presente en Fugaz y acá también. Me pasaba que la voz del hombre dejado estaba completamente perturbado, incluso con su propio cuerpo y me gustó explorar esa voz porque era la primera vez que escribía desde la voz de un hombre, pero había una fuerza más potente, como un imán, que me llevó a ella. Me interesan las que se fugan, las que buscan ese camino, algo de ir a lo salvaje. La voz de él era de mucha quietud y mucha rigidez. Ella era una exploración, un estallido. En general, me interesaba más eso que trabajar la quietud.

AR: La novela me da la impresión de que es una crítica a un mundo en crisis de egoísmo…

LS: Sí, hay algo. Nunca pienso la novela de antemano. Me dejo llevar por una forma y por el lenguaje, y es eso lo que me arrastra de párrafo en párrafo, más que de una manera consciente. Hay una cuestión del fracaso, de la frustración, el vacío y la vida ordinaria en la clase media, la crisis que provoca el individualismo. Hay una necesidad de buscar una frontera más difusa, como ser uno con el otro y con el medio, que es la naturaleza, saliendo de la idea del individuo y ser separado del resto.

AR:¿De dónde parte la tranformación de este personaje al que has decidido omitir el nombre? 

LS: De la necesidad de buscar otra manera de mirar. Empieza a percibir olores, a poder mirar con las manos, se abre un montón. Lo del nombre tiene que ver con una identidad abierta. El nombre define y cierra, y me parecía que ella estaba en un momento de apertura e indefinición, que también es un momento de angustia porque no hay nada firme. Todo es líquido, por decirlo de alguna manera. Está mutando. Siento que eso me permitía mucha exploración. Lo animal es algo que me interesa desde siempre. En mis otras novelas está presente. Cuando yo era chica quería ser etóloga. Mi sueño era estudiar el comportamiento de los animales. Al final no me dediqué a nada parecido, pero me fascina.

AR: ¿Pensaste la novela como algo sobre la pérdida o el miedo a la soledad?

LS: Mirá, es interesante lo que decís. Yo creo que ella venía de una transformación. De hecho, hay algo del duelo y la pérdida que parte de ahí. Es el comienzo de la novela y esa pérdida implica un movimiento hacia otra cosa. Pero en ese movimiento, cuando ella encuentra a Diamela, hay algo muy fuerte en las estructuras. Ella profundiza mucho más en ese proceso en el que está. De alguna manera, ese encuentro es el proceso que la lleva a transformarse en una perra, digamos. Luego está la doble cuestión. ¿Qué es vincularse con el otro? Por un lado, sí, la entrega, la belleza, el delsumbramiento, pero por otro el dolor, el desgarro, la dependencia. Esta cuestión entre la libertad y la domesticación. Creo que genera preguntas y tensiones entre cosas opuestas, que no las resuelve la novela, aunque creo que no tiene que resolver nada. Busco un poco que se genere la pregunta.

AR: La última escena, el encuentro entre el perro y la mujer, ¿lo viste como un momento en el que una parte decide abusar de la fragilidad del otro?

LS: Eso me generó muchas preguntas. Cuando yo era chica vivía en el campo y veía perros cogiendo y era cómo: qué fuerte, porque el perro se imponía. Entonces decía: ¿hay deseo acá o no lo hay en el animal? Me surgió la pregunta de si ese perro la estaba violando o qué es lo que pasaba acá… yo no lo pineso como una violación, pero sí hay un juego del poder y sometimiento en esta novela. Los roles están cambiando constantemente. Hay una tensión permanente entre el sometimiento y el imponerse. Y cómo van mutando esos roles por momentos muy oscuros. Hay algo de llevar al extremo el deseo.

AR: Cambiando ahora a un tema más luminoso… eres una escritora que antepone el lenguaje a otro todo buscando siempre la belleza en la escena. 

LS: Perder la identidad también es algo luminoso. Creo que hay mucho miedo en el perder el yo, que puede ser algo terrible y peligroso. Peligroso puede ser, pero creo también que es algo hermoso. Escribimos y creamos y amamos para perder el yo. Esa pérdida, para mí, es luminosa. Me interesa un montón el tema de la belleza como abismo. A mí trabajar con el lenguaje me apasiona. No me interesa contar una historia donde importe la trama o el conflicto, lo que me interesa es jugar con las palabras, cómo vibra la frase, el párrafo, como algo que tiene que ver con la poesía. Era un riesgo porque esta novela quedó muy breve y sentí que quise condensar bastante del lenguaje poético y saqué lo demás que era más narrativo. Trabajé mucho en la desestructura.

AR:¿Qué fue lo más complicado que te pidió la novela? 

LS: El viaje. Fue un viaje para mí escribir este libro. Fue un proceso muy largo hacia dentro y de transformación propia, porque me involucro mucho cuando escribo algo. La ficción no pasa por un lado y yo por el otro. Escribí mucho durante el encierro de la pandemia y, entonces, ahí había algo que me ayudó a entender la transformación de la mirada.

AR: ¿Qué leías mientras escribías Casi perra?

LS: Fueron casi cinco años. Entonces, he leído de todo, pero fue una época en la que leí mucha poesía. Estuve muy interesada en el lenguaje poético todo el tiempo. También fue una época en la que me abrí en lo narrativo y estuve haciendo mucho collage, experimentando con la materia, pinté un montón durante la pandemia que fue al mismo tiempo que escribía esta novela. Una época de buscar otros modos, otros lenguajes.

AR: De un modo u otro, el tema de la salvación se repite en tu obra, pero no es una salvación hacia un entorno luminoso, sino que muchas veces lo que salva a tus personajes es este momento en el que el personaje se funde con el abismo.

LS: Nunca había pensado esto de la salvación. ¿Vos entendés que intentan salvarse de algo?

Quizá perder la identidad sea salvarse de uno mismo…

LS: Sí, totalmente. O sea, el abandonarse a uno mismo para encontrarse y salvarse de uno mismo. Todo junto. Sí, es complejo de explicar, pero sí, hay algo de eso y también del irse, del desmarcarse para salvar ciertas sustancias. Ella tiene que irse de la casa, de la ciudad, tiene que irse para salvarse.

AR: El perro es uno de los pocos animales que tienen nombre y la transformación de esta mujer a ello no consigue tenerlo. Pese a su transformación, no consigue ser nombrada.

LS: Totalmente. No consigue ser nombrada es de una angustia terrible. No darle un nombre, un lugar ni un espacio.

AR: Finalmente, creo que la violencia de la novela es la violencia de lo incompleto, y que viene desde el título…

LS: La imposibilidad de lo completo, sí. Siempre hay algo que queda sin terminar. Nunca se completa nada, siempre hay una falta. Siempre es un casi. Nunca llega esa calma. Qué terrible, pero eso es lo que pasa en esta novela.

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