Chicago.- “Quisiera empezar pidiendo perdón”. Jesús Vicente Zambada Niebla era, hace un tiempo, el príncipe del Cártel de Sinaloa, el heredero natural de un imperio criminal. Ahora, El Vicentillo es una figura doblada, vencida y a merced del gobierno de Estados Unidos a cambio de salir por siempre del mundo del narcotráfico.

Ya nada queda del que gestionara envíos de toneladas de cocaína a ciudades estadounidenses, o el que ordenara asesinatos por todo México. Zambada Niebla es ahora un hombre arrepentido, consciente de los errores cometidos con solo una preocupación en la cabeza: vivir junto a su familia sin miedo a la represalia y lejos de la violencia del narcotráfico.

“Todo hombre o persona gira su vida entres buenas y malas decisiones. Yo tomé malas decisiones, que acepto con todas responsabilidad y me arrepiento”, dijo ante el juez Ruben Castillo durante su discurso antes de conocer su sentencia, última vez que se le escuchará la voz en público.

El arrepentimiento del Vicentillo, como bien recordó él mismo, no surgió “el día de ayer ni el día de hoy por estar frente al juez para recibir sentencia”. Desde hace décadas trató de salir del mundo de la droga, con exilios a España y Canadá infructuosos que lo obligaron a regresar a la casa del padre, el poderoso Ismael Mayo Zambada, en busca de protección.

Hasta que no pudo más y se dejó abrazar por la seguridad que le prometió el gobierno de EU, a pesar de que fuera a cambio de traicionar a su familia y sus exaliados.

“He sacrificado mucho para sacarles del mundo en el que vivíamos: sin vacilar lo haría otra vez con tal de verlos felices, libres de todo temor, con una vida en paz y con felicidad”, aseguró.

El Vicentillo mantiene su porte entre arrogante y vanidoso, pero sus gestos es un hombre vencido, sabedor de sus fallas y de la compleja situación que tiene por delante.

Nacido en una cuna privilegiada en el mundo del narcotráfico, pudo tomar diversos caminos y, arrastrado por la tradición familiar y el contexto de violencia y amenazas, eligió la senda del crimen. Sin embargo, Zambada Niebla vio luz al final del túnel.

“Todos merecemos una segunda oportunidad”, filosofó, vendiendo su posible legado de narcotraficante de leyenda a un gobierno de EU que le va a convertir en emblema de una salida al mundo del narco, aunque sea a base de traición y colaboración con el enemigo.

El juez Rubén Castillo se la dio con su sentencia de mínimos. “Lo que usted decida lo aceptaré con mucha responsabilidad”, prometió.

Zambada confía en él, en su futuro, y en la nueva vida que le espera dentro de menos de un lustro. “Siento que puedo ser mejor padre, mejor esposo, mejor hijo, y sobre todo mejor ser humano”.

El Vicentillo, en su última aparición pública antes de que su figura principesca se desvanezca, quiso pedir perdón a todos aquellos que, “de una forma u otra, directa o indirectamente”, fueron dañados por sus “malas decisiones”.

Pero “también a mis hijos, a mi esposa, a la mujer que me dio la vida, mi madre”, añadió, aliados que no le dejaron de apoyar y que dijo querer “con todo corazón” y que le han mantenido firme con fue y esperanza”.

“Ellos han sufrido por todo”, reconoció, impaciente por tener una vida normal y “emocionarse”, como cualquier padre, con la reciente graduación de uno de sus hijos.

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