Su sueño es convertirse en futbolista y para eso viajó a México, explica Evis Antonio Munguía Padilla, hondureño de 19 años, mientras hábilmente se pasa de una pierna a otra un balón de futbol medio desinflado.
“A eso he venido, a cumplir mi sueño: quiero ser futbolista, aunque sea de la Segunda División. El Atlas me encanta, en Honduras yo lo miraba y es un gran equipo. Si Dios lo permite y no hay cambio de planes, mi meta es llegar a Guadalajara a hacer mi prueba”.
Quiere convertirse en el próximo Chucky Lozano, su héroe, para sacar de la pobreza a su madre y a sus dos hermanos menores.
Su familia es tan pobre que Evis, quien empacó su mejor ropa para hacer este viaje, aprendió a patear descalzo el balón.
“Jugaba allá con hombres mayores que yo y competí en un campeonato. Tengo talento, tengo 19 años y mucho tiempo por delante para superarme. Un sueño para mí es quedarme en una gran liga como la mexicana, es la más competitiva. (...) tengo talento y vengo a demostrarlo. Si no me quedo en Guadalajara, me voy pa’ Nuevo León”, platica mientras domina un balón anaranjado que le prestaron otros compañeros que viajan con él en la caravana migrante.
Dice que vino en el éxodo humanitario, no para llegar a Estados Unidos, sino con la esperanza de obtener el estatus de refugiado que le permita alcanzar su sueño de probar su talento para el equipo de futbol de sus amores: el Atlas.
“Mi sueño era ser futbolista en Honduras. Llegué a la segunda división, pero en mi país no apoyan a los pobres como yo. Me vine acá y tal vez en el camino he venido sufriendo, pero quiero llegar”, dijo en entrevista.
Evis, cuyo grado de estudios máximo es el equivalente a segundo grado de secundaria, lo que estaba estudiando antes de llegar, es originario del departamento de Comayagua, en el municipio de San Antonio.
Sin decirles a su madre ni a sus dos hermanos pequeños, este campesino de 19 años tomó dos mudas de ropa, las metió en una mochila y dejó el hogar familiar, sin llevar en la bolsa un solo lempira, que es la moneda oficial de Honduras.
“Aquí es bonito, la gente te trata bien, en el camino te dan comida, agua, café. No le avisé a mi familia que venía para acá, porque este camino es muy difícil agarrarlo. Después de regresar del colegio me quité el uniforme y me vine. Ya le hablé a mi mamá [le dije] que estoy aquí, que estoy bien y no se preocupe”.