Para Alexa, lo más difícil de dejar su país, Honduras, no han sido las caminatas larguísimas, ni la falta de alimento o de dinero. En su travesía en la caravana migrante, a la que se integró para llegar a Chicago, lo que más le ha dolido ha sido la doble discriminación que enfrenta: por ser migrante y mujer transgénero.

Parece imposible lograr verse como ella en un viaje tan largo: un vestido negro entallado y escotado dibuja su figura, mientras que su cabello de color rojo intenso, peinado en un afro que se eleva redondo sobre su cabeza, es como una corona de rizos que contrasta con su piel morena de nacimiento y tostada por el sol por las circunstancias.

La cara y las cejas están perfectamente depiladas y no hay un vello grueso que le sobresalga del escote. Le gustan los vestidos y, si pudiera, los usaría diario.

Para ella, mantenerse así de arreglada en medio de la caravana no es sólo vanidad, sino parte de su forma de ser y de su identidad.

"Soy Alexa Amaya y vengo de Honduras, de Villa Cortés. Mis amigas y yo queremos buscar una vida mejor porque en nuestro país se vive la discriminación", cuenta.

Aunque se encuentran a mil 400 kilómetros de los insultos y demostraciones de odio que la hicieron salir de Honduras, la discriminación no se ha terminado y ahora la sigue mientras avanza sobre la carretera como una sombra que camina con ella y se detiene a su lado cuando descansa en su colchoneta del albergue.

Su vida ha sido difícil desde que hace ocho años falleció su padre puesto que su mamá y ella, la mayor, se quedaron a cargo de sus hermanos pequeños. Si en Honduras es difícil encontrar empleo, para ella como mujer trans, resultó imposible.

“En mi país hay mucha discriminación, delincuencia, no hay empleo. Cuando salía a buscar trabajo me empezaban a criticar y a decir que 'este gay, no’. Por eso me uní a la caravana, pero no pensé que fuera a ser tan difícil, con tanta discriminación”, dijo.

“Me vine dejando a mi familia, que me dolió bastante, a buscar un futuro diferente para ayudarle a mi mamá”.

Son sus compañeros migrantes, dice, quienes más la acechan. Le gritan, entre otras obscenidades, la palabra "hueca", el término despectivo que utilizan los hondureños para referirse a las personas homosexuales.

"Mis amigas y yo hemos venido sufriendo humillaciones y los mismos hondureños nos desrespetan, no nos saben valorar. Los chicos de la caravana son bastante discriminadores. Les gusta faltarle el respeto a una", dijo.

“En el camino no nos quieren dar 'jalón’ (aventón), nos echan agua, nos gritan de cosas. Los mismos inmigrantes no nos dejan formar en la fila de mujeres ni la de los hombres para la hora de la comida, hemos tenido que comprar nuestra comida aparte”.

Pero no se rinden: junto con otras 160 mujeres trans e integrantes de la comunidad LGBTTI+, se organizaron para demandar su propia fila en el comedor, espacio aparte para bañarse, y atención médica.

Ayer, junto con sus compañeras se manifestaron en el albergue para exigir mejores condiciones de vida. Levantando una bandera con los colores del arcoiris, gritó a todo pulmón:

“¡Ese barrigón, también es maricón!”, para demandar respeto.

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