“No te tienes que ir a la sierra para encontrarte con el hambre, la drogadicción y la  violencia. En las comunidades urbanas como Iztapalapa también se vive”, dice Mario Nájera, quien tiene 30 años y dirige desde hace 10 su propia asociación dedicada a la gestión de proyectos de emprendimiento. Genera fuentes de empleo para combatir la violencia en uno de los barrios bravos de la Ciudad de México: Iztapalapa.

Por su trabajo, fue reconocido en noviembre de  2016 por el ex presidente de Estados Unidos Barack Obama como uno de los 250 jóvenes líderes agentes de cambio de toda Latinoamérica y el Caribe, en la cumbre Young Leaders of the Americas Initiative, para impulsar la creación de oportunidades para el desarrollo económico, social y democrático de la región.

Desde joven  se interesó por los problemas sociales, por eso estudió Ciencias Políticas. Mientras cursaba la carrera empezó un colectivo con algunos de sus compañeros para trabajar en zonas urbanas. Desarrollaron un proyecto piloto para la prevención delincuencial en Tepito, la idea era formalizar negocios en seis meses con 25 mil pesos y aunque fracasó, esto le dio visibilidad y la Secretaría de Gobernación le propuso trabajar en Iztapalapa, puesto que ninguna otra asociación perteneciente al Programa Nacional de Prevención del Delito quiso entrar a ese barrio.

“Me anima hacer esto porque el emprendimiento que nosotros atendemos soluciona problemas y mejora la calidad de vida en zonas que lo necesitan”, explica Mario, quien ha ayudado a más de 250 emprendedores. 

Rey Calavera

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Daniel Velázquez tiene 39 años, aunque vivió en situación de calle, hoy tiene una empresa que exporta sus productos al extranjero. Viene de una familia de muchos hermanos, su madre no tenía tiempo para cuidarlos a todos y al sentirse solo, cayó en las adicciones; primero, el  alcoholismo, luego la drogadicción y así perdió su empleo.

Sin tener una razón por la cual luchar, “pensaba: ‘¿Para qué vivo?, mejor me voy a matar’, pensaba muchos métodos, electricidad, una bala y aventarme al Metro, pero cuestionaba: ‘¿Los demás qué culpa tienen para que  les quite el tiempo, si ya están estresados para que los estrese más?’”, y aunque veía que podía alejarse de las drogas, no encontraba cómo. Entonces se dio cuenta de que  realizar manualidades era una forma y después de mucho esfuerzo, logró autoemplearse. Tuvo varias recaídas, pero al salir  pensó en la posibilidad de ayudar a más jóvenes con los mismos problemas, enseñándoles a hacer serigrafía, estampado en textiles, aerografía, graffiti y tatuaje; así logró fundar el colectivo Rey Calavera. “Vi que me podía recuperar de las adicciones y  les podía enseñar un oficio a los chavos de Desarrollo Urbano Quetzalcóatl, que no tienen nada”.

Daniel es originario de la delegación Iztapalapa, una de las más pobladas de la Ciudad, vive en Desarrollo Urbano Quetzalcóatl, una de las colonias más peligrosas. De acuerdo con la Subsecretaría de Prevención y  Participación Ciudadana, en 2015 esta colonia aportaba la mayoría de internos a los reclusorios de la Ciudad de México; además, se dió a conocer años atrás por los Rappers, una pandilla integrada por más de 100 miembros dedicados a la venta de drogas, robo a transeúnte y hurto de autos por encargo.

Entonces conoció a Mario con su Laboratorio Social, lo ayudaron a desarrollar un proyecto para conseguir recursos y recibió un financiamiento público para seguir ofreciendo oportunidades laborales a jóvenes de la zona. Ahora el Colectivo Rey Calavera ha logrado exportar sus productos a países como Panamá, Costa Rica y próximamente a Estados Unidos. “Yo antes no tenía ni papeles, pero el año pasado recibí mi visa para entrar a Estados Unidos. Siempre me aferré a salir adelante, llevo 13 años limpio y  le tengo que enseñar a la banda”, cuenta Rey Calavera.

Pequeñas acciones

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Alí Salazar, un mago callejero, y Eric Daniel Ortega, un estudiante, comparten la misma historia: a ambos se les murió un amigo en situación de calle por hipotermia. 
Así se dieron cuenta que  era un problema en su entorno y por invitación de otros amigos llegaron al Laboratorio Social. Ahora son parte de un programa llamado “Pequeñas acciones”, en el que  participan adolescentes y jóvenes de 15 años en adelante.

“Cuando llegué  a Laboratorio Social comencé a sentirme útil a  mi entorno”, cuenta Alí.

Eric tiene 20 años, se encontraba escéptico y con miedo de ayudar a los demás, en la asociación le enseñaron a desarrollar su potencial de cambio e inició una campaña para recolectar ropa, durante un mes fue de puerta en puerta pidiendo prendas y cobijas en buen estado. Al término de este periodo recabó 100 kilos, los cuales  entregó cerca de Bellas Artes a la gente que necesitaba una chamarra o ropa para no vivir el invierno tan crudo.

“Me dijeron que la opinión de los jóvenes vale y que es una herramienta para explotar el potencial del cambio, eso me hizo sentir importante”, dice Eric.

El estudiante se dio cuenta de todo lo que podía hacer y desarrolló otros proyectos. Trabajó un año con temáticas de hambre, equidad de género y pobreza, para capacitar a jóvenes a impulsar el cambio social en el proyecto de Global Change Makers, creado por el British Council, con sede en Suiza, donde fue reconocido como uno de los mil jóvenes activistas sociales de 128 países que lo conforman e impactan a 4 millones de personas.

Ahora desarrolla un proyecto para integrar a chicos migrantes de 18 años a la sociedad, porque muchas veces huyen  de su país de origen por las malas condiciones de trabajo y vivienda, pero al llegar aquí se encuentran con una cultura que no conocen,  con personas agresivas y se quedan sin posibilidades de llegar a Estados Unidos, que es por lo general su objetivo. 
Explica:  “Hay dos maneras de ver el problema, como que tienes personas de más o como que tienes un problema y  tienes más personas que te ayuden a resolverlo”.

Alimentación en Iztapalapa

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Carmen Olvera, emprendedora de esta delegación, opina: “En Iztapalapa hay mucha gente desnutrida, lo que quiero es darles una comida que les nutra y  no nada más que les llene”, por eso puso un comedor comunitario que le da servicio diario a alrededor de 200 personas con tan sólo cuatro  empleados.

La comida tiene un precio de 10 pesos y les da arroz, frijoles, un guisado, agua y tortillas; aunque el DIF la apoya con arroz, frijol, avena, aceite y huevo no es suficiente, por lo que Laboratorio Social le ayuda buscando donaciones por parte de algunos restaurantes, lo que también significa un reto para ella, pues en ocasiones le llevan productos gourmet que ni siquiera ella ha probado y tiene que improvisar para que a la gente le guste.

Según el informe anual sobre la situación de pobreza y rezago social 2016 de la Secretaría de Desarrollo Social (Sedesol), en Iztapalapa viven un  millón 827 mil 868 personas, de las cuales 14 de cada 100 carecen de acceso a la alimentación y una de cada 100 sufre de inseguridad alimentaria severa, lo que significa que no tiene acceso físico, social y económico a alimentos suficientes y nutritivos para satisfacer sus necesidades diarias.

A pesar de que al menos en estos últimos tres años Mario ha ayudado a generar más de 300 empleos y 50 agentes de cambio locales,  el joven ha pensado en desistir, sobre todo en los momentos de presiones económicas,  “dedicarse  al sector social es complicado, este año quebraron un gran número de organizaciones, porque viven de donaciones y cada vez es más difícil poder aceptarlas, emitir recibos deducibles de impuesto y por esto muchas de ellas terminan desertando”.

Sin embargo, Mario se queda con el aprendizaje: “Con poquito se puede hacer mucho, es un tema de decisión y perseverancia”.

 

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