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“No regresaría a vivir a México, me da más miedo vivir allá que en Israel”, asegura Laura Lotem, mientras a lo lejos se escuchan detonaciones de misiles. Al servir guacamole, quesadillas, mole con pollo y arroz en el jardín de su casa en el kibutz de Nir Yitzhak, al sur de Israel, Laura recuerda que llegó a ese país cuando tenía 17 años, tras participar en las Macabeadas —un tipo de olimpiadas entre la comunidad judía de todo el mundo—, entonces decidió migrar y dejar a su familia en México, para iniciar una nueva vida en “la tierra prometida”.
A 40 años de establecerse en Israel, Laura no duda en rechazar cualquier posibilidad de vivir nuevamente en México, comenta que el miedo de regresar a su país de origen es tanto que prefiere vivir bajo la amenaza constante de un bombardeo; el kibutz donde habita se encuentra a 31 kilómetros de la Franja de Gaza y de Egipto, sitio donde la tensión entre los palestinos y egipcios genera ataques constantes con misiles entre ambos territorios.
La impunidad, la corrupción y la desconfianza que siente hacia las autoridades son las razones por las que Laura ha decidido permanecer en el kibutz donde vive con su pareja, Abner, desde hace cinco años; explica que la vida es muy tranquila y se ha acostumbrado a los bombardeos: “Se escuchan como si fueran cohetes por una fiesta en algún pueblo de México”, dice entre risas, mientras muestra el refugio contra bombas en su casa.
Laura (centro) y Katia (cuarta de izq. a der.) viven en un kibutz, territorio habitado por pocas familias donde todo es propiedad común, incluidos los recursos que se generen de las granjas o las industrias. (ASTRID RIVERA. EL UNIVERSAL)
“En México no hay seguridad personal, cualquiera puede matarte en la calle o meterse a tu casa y matarte sin que nadie haga nada. No hay protección, el ladrón es amigo del juez, la justicia en México es de quien paga por ella, no hay quien responda. Es una jungla”, critica con firmeza.
“Mi casa es tu casa”, es la frase inscrita en un platón de garigoleado azul y amarillo colocado a la entrada de la vivienda de Laura a manera de bienvenida para sus invitados. El inmueble es de una sola planta con dos recámaras, cocina, baño y el refugio para protegerse de misiles, bombas e incluso gas que puedan ser lanzados en las inmediaciones del inmueble.
El refugio, conocido como shelter, tiene muros de concreto, material que los hace impenetrables; cuenta con una llave de agua, por si se permanece en él durante mucho tiempo; las ventanas tienen una persiana de metal para que los vidrios no puedan ser reventados, y la entrada de aire para la ventilación cuenta con una protección para evitar que algún tipo de gas tóxico entre a la habitación.
Laura reconoce que vivir tan cerca de una zona bélica que de pronto puede ser atacada por un grupo terrorista o puede caer un misil es estar bajo la amenaza constante de que en cualquier momento puede terminar su tranquilidad; sin embargo, asegura que la confianza que tiene en las instituciones, desde la policía, el primer ministro y el Ejército de su nueva patria la hacen sentirse segura e incluso, le ha propuesto a su familia migrar a Israel.
“Tengo familia regada por toda la Ciudad de México, en la colonia Irrigación, en la Miguel Hidalgo, en la Guadalupe Tepeyac, en el Centro Histórico, ahí tenemos varios negocios; les he dicho que se vengan, pero no han querido. Mis padres, mis tíos y mis hermanos están en México, los visito cada que puedo”, dice.
Laura menciona que tras el reconocimiento del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, a Jerusalén como la capital de Israel y el anuncio de que se trasladará la sede de la embajada de su país a esa ciudad, la tensión en la zona ha crecido y los “bombazos” se han incrementado, así como la presencia militar en la zona.
“Estamos acostumbrados a que se escuchen las detonaciones, se ha vuelto algo cotidiano para nosotros, pero después del anuncio de Trump la situación se ha vuelto más tensa, hay más militares en los límites del kibutz y se escuchan más bombazos”, explica.
Mientras toma un totopo y le unta guacamole, comenta con nostalgia que lo que más extraña de México es su comida, su gente y sus tradiciones. Asegura que le gusta mucho su país de origen, por la calidez de sus habitantes, el sabor de sus alimentos y sus recursos naturales, pero la inseguridad en gran parte del territorio la convencen de no regresar.
Al sacar de un pequeño horno una charola de aluminio con barbacoa, Laura explica lo que es el kibutz. Se trata de un territorio habitado por pocas familias donde nadie es propietario de nada, ni siquiera de las casas, todo es propiedad común, así como los recursos que se generen de las granjas o industrias que se desarrollen.
En el kibutz que habita viven alrededor de 250 familias, se rige por un consejo compuesto por 150 miembros y cada decisión debe ser consultada previamente con este órgano, incluso la aceptación de un nuevo miembro.
“La idea del kibutz tiene una fuerte influencia de la izquierda socialista, de crear un sistema de producción que beneficie a todos los integrantes de la comunidad, donde todo sea propiedad de todos, aunque este modelo creo que tiende a desaparecer porque con esta organización que aquí tenemos sólo quedan 100 de los 500 que hay en todo el país, ya se están privatizando las casas, se están escriturando”, comenta.
Laura es madre de tres hijos, divorciada; conoció a su actual pareja, Abner, hace cinco años y desde hace tres viven juntos en el kibutz de Nir Yitzhak, donde dice, casi 50% de la población es de habla hispana. La integran principalmente argentinos, aunque también hay brasileños y mexicanos.
Comenzar una nueva vida
“Aquí nadie me dice ‘güerita’, puedo caminar sola por las calles sin temor a que me acosen”, expresa Katia Hubermann, quien a sus 20 años ha decidido establecerse en Israel para poder continuar con su carrera artística en la pintura.
Con sólo 10 meses de haber llegado a Israel y vivir en el Kibutz, Katia afirma convencida que se establecerá en el país que se fundó en 1948 bajo la premisa “todos los judíos del mundo serán recibidos” y comenzará una nueva vida. Desde niña, recuerda, su padre y su abuelo le contaron sobre su experiencia al vivir en esa nación y de haber sido voluntarios en un kibutz, por lo que siempre fue uno de sus sueños conocer el lugar del que tanto le hablaron sus familiares.
Aunque nació en la Ciudad de México, Katia pasó la mayor parte de su vida en Oaxaca; su interés por las artes lo heredó de su padre, quien es músico. Al concluir el bachillerato, Katia decidió ahorrar para su viaje a Israel, investigó sobre los programas de voluntariado de los que le contó su padre. Cuando juntó el dinero e hizo el trámite para ser voluntaria en el Kibutz de Nir Yitzhak, tomó sus maletas y se fue.
“Apenas llevo 10 meses aquí, pero la gente me ha recibido muy bien, me ha apoyado mucho y me ha hecho sentir como en casa, es como ser parte de su familia. Siento el respaldo de las familias del kibutz, he aprendido mucho y la experiencia ha rebasado mis expectativas”, dice la artista.
Cuando llegó, su primer empleo como voluntaria fue en el zoológico del kibutz, donde se encargaba de alimentar a los animales, principalmente cabras y pavorreales. Después comenzó a pintar los shelter, con el objetivo de que fueran más agradables a la vista de los habitantes del kibutz, en especial para los niños.
Katia asegura que no es sencillo acostumbrarse a las detonaciones de bombas que se escuchan en su nueva residencia. Pese al peligro constante que significa vivir a sólo 40 kilómetros de la ciudad de Gaza y de Egipto, territorios en constante conflicto armado, la joven de 20 años dice sentirse más segura en su nuevo hogar.
“Puedo caminar sin miedo por las calles sin que nadie me chifle y me diga ‘güerita’, me siento segura. No me da miedo caminar de noche por las calles o en el transporte, lo cual no sentía en México. Continuamente sentía el miedo de salir a la calle, más por ser mujer, porque últimamente se incrementó la violencia contra las mujeres”, dice.
Al mostrar sus pinturas en el kibutz, donde plasma animales con diseños similares al de los alebrijes, Katia comenta que ha comenzado a vender sus pinturas por internet y poco a poco las han ido comprando. Considera que en Israel hay muchas oportunidades de crecimiento y de desarrollo en cualquier área. Mientras acaricia a una de las cabras del zoológico, detalla que ha comenzado el trámite para obtener la ciudadanía israelí.
“Si eres judío, es muy fácil el trámite. Aquí hay muchas oportunidades, en México no hay muchas posibilidades para los artistas; siempre he sido muy independiente, mis padres apoyan la decisión que he tomado, me encanta México, extraño su folclor y sus costumbres, pero me siento muy contenta y segura”.