José Jorge Leija González entró como voluntario en Cruz Roja en 1965. Durante la semana trabajaba en los patios del ferrocarril, los sábados se entregaba a las guardias como socorrista. Su pasión por subirse a una ambulancia inició cuando tenía 23 años.

“Yo llegué aquí desinteresadamente, vine me gustó lo que es la Cruz Roja y me quedé… ya soy una persona de 75 años de edad y hasta la fecha no he faltado”.

El Teniente Leija indicó que lo que más aprecia es ayudar a sus semejantes, “como dice el dicho, hacer el bien, sin mirar a quien”. Relató que siempre hay que llegar a donde son requeridos, saber analizar la situación y sobre todo protegerse entre ellos mismos porque pueden ser agredidos en el lugar del servicio, que en muchas veces parece un campo de batalla.

Lo único que se llevan es el agradecimiento de las personas, “nos dicen que somos unos ángeles”. Leija menciona que se quedará dentro de la institución “hasta que diosito nos diga”. Recomienda a las nuevas generaciones de paramédicos o personas que se quieran acercar a la Cruz Roja lo hagan, ahora hay más apoyo, tecnología y campo de estudio.

Familia, pasión y vida

“Mis hijos me apoyan, mi esposa me decía ‘vete a la Cruz Roja’, cuando la conocí yo ya era socorrista, ella siempre supo y nunca me reclamó. Mi esposa falleció hace unos años, era diabética. Ahora soy viudo”, Leija González ahora es jubilado de Ferrocarriles Mexicanos, ahí trabajo durante 32 años.

La manera de ver la vida cambia cuando se es paramédico, “aprendemos a valorarla, ayudar a nuestros semejantes, estamos conscientes de que podemos quedarnos en un servicio”.

Las condiciones de seguridad en la que se prestan los auxilios han cambiado debido a la creciente inseguridad que se vive en San Luis Potosí.

“No es nuestra guerra, pero ahí llegamos, tenemos que seguir protocolos para poder sustraer a las víctimas de las zonas calientes”.

Unos sobreviven, otros se van

El 10 de mayo de 1980 Luis Álvarez Briseño falleció durante la guardia del teniente Leija.

“Nosotros sólo teníamos dos ambulancias, no había otras corporaciones, andaban en otros servicios, hubo un choque en la San Felipe de un volkswagen que se metió abajo de la plataforma, ahí estaba un señor prensado, surgió otro servicio de un ciclista que se cayó, la única ambulancia la mandamos ahí”.

El socorrista que cayó en servicio tenía su propia ambulancia, esa tarde, le solicitaron su apoyo para acudir a ambos accidentes. Primero auxiliaron al ciclista en Río Santiago, después hicieron cambio de ambulancia en la avenida Soledad, donde sacaron al señor que había quedado prensado dentro de su vehículo.

Al llegar a la clínica Cuauhtémoc ingresaron al lesionado. Al estar afuera de urgencias, el socorrista acomodó la torreta, en ese momento resbaló y se golpeó en la nuca, también fue auxiliado y lo ingresaron al hospital. Ahí falleció.

“El señor salió caminando junto a su esposa, ‘nosotros ya salimos’. Yo le contesté está bien que bueno, estamos para servirle, pero mi compañero el de la ambulancia se murió ahorita”. Leija González finalizó con la frase “unos sobreviven, otros se van”, ser paramédico implica saber que pueden salir a un servicio y no regresar.

vkc

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