“Vive el presente, saca el mayor partido de él, es todo lo que tienes”, escribía Margaret Atwood en The Handmaid’s Tale. En México cierran universidades, las empresas pagan transportes privados para sus empleados; los centros comerciales, parques, las avenidas principales, todo está cubierto por un pesado silencio.

Ese presente del que hablaba Atwood ahora es una ilusión, un deseo conmovedor, como el de Nils Holgersson por recorrer Suecia encaramado en un ganso. Aquí, ahora, en esta contingencia, siempre es el mismo día. Es cierto, el miedo es altamente corrosivo, pero el terror y la histeria colectiva son violentamente aplastantes.

El coronavirus nos ha dejado abandonados en la bruma, desnudos, vulnerables. El primer caso de Covid-19 se registró el mes pasado en un hombre de 35 años que viajó a Italia del 14 al 22 de febrero, informó el subsecretario de Prevención y Promoción de Salud Hugo López-Gatell. Los números actuales demuestran que el poder de propagación es tirano.

José Luis Alomia, director general de Epidemiología, notificó que al corte del 10 de abril de 2020 se registraron 3844 casos confirmados y 233 muertos, números impensables hace unas semanas y ahora, con miedo, se habla de una Fase 3.

En las clínicas del IMSS la gente se distribuye en las esquinas de la sala de espera, se cubren del frío con frazadas, algunos permanecen en el suelo gélido y seco, lloran tanto que se cansan y duermen, abandonados en el silencio; otros esperan desasosegados, insomnes. Dentro, siempre hay melodías que animan al personal, aunque cuelgan los sueros y los pacientes permanecen parados o sentados en sillas, porque no hay suficientes camas; las mujeres vestidas de blanco dicen, casi implorando: “déjele la cama a la viejita, ándele, mire que viene más malita”, las enfermeras corren por los pasillos brillosos en busca de respiradores, de los camilleros, suben y bajan como correcaminos, cruzan y vuelven a cruzar desbaratando las suelas de los zapatos, llevando a personas a rayos X… Y todo esto sucede en un día sin coronavirus.

El primer caso de Covid-19 en Latinoamérica surgió al sur, en Brasil, y aunque por las distancias parecía lejanamente probable el contagio, EE. UU supera los 500,000 casos confirmados y está a punto de convertirse en el país con más muertes registradas. Ahora el virus invade a un México desprotegido, un país desnudo que se sacude inquieto. Es cierto que Europa tiene uno de los mejores sistemas de salud en el mundo, ya lo decía Vargas Llosa cuando salió en defensa de España, pero México pertenece América, no Europa y es algo que la gente, con gran dificultad, no termina de comprender. En Italia, por ejemplo, se destina el 6.7% de PIB para problemas de salud, mientras que en México apenas el 3%, y en Italia el número de muertes crece exponencialmente.

Tras la incertidumbre que asola a México, me tomé el tiempo de entrevistar a la doctora Aleida Yazmín González Herrera, residente del Departamento de Anatomía Patológica del Hospital General 450 de Durango. De la entrevista recojo lo siguiente:

¿Cuál es el panorama para el sector salud si aumenta exponencialmente el número de contagios, Aleida?

R: El colapso del sistema de salud. Es decir, si aumenta el número de contagios tendrían que reclutar a más personal, no porque no lo haya, sino por las cuestiones administrativas, se sabe que los contratos en salud son escasos. La gente debe hacer conciencia de que las áreas especializadas para atender a pacientes graves que hay en México no son las de Estados Unidos, no son las de Italia. No todos los ventiladores están funcionando. Va a llegar el momento en que, debido al desabasto, no se podrá atender a todos.

¿Esto quiere decir que tendrán que seleccionar a quién atender?

R: Sí, no hay suficientes insumos en los hospitales (guantes, batas quirúrgicas, cubrebocas), no hay siquiera caretas. Los residentes están pagando para que alguien más las haga. Además, Alex, el riesgo de contagio no discrimina, no son sólo ellos los que se están contagiando, también nosotros. La gente no se está muriendo únicamente de coronavirus, los hospitales no giran en torno a ellos. Constantemente entran personas con distintas patologías, y la atención se tiene que distribuir entre todos los hospitalizados. No nos encargamos únicamente de atender a pacientes con coronavirus, además de que el diagnóstico es lento, algo que tampoco ayuda y los síntomas son tan generales que puede pasar inadvertidos, o por un mal diagnóstico. Desafortunadamente, si la gente no toma conciencia de lo que está sucediendo, el personal de salud se verá en la necesidad de elegir a quién atender y a quién no. No es que no se les quiera atender, es que no se les puede atender a todos.

Dentro de la barahúnda de los últimos días, sabemos lo siguiente: el coronavirus afecta a personas adultas, principalmente a ancianos, pero también a comprometidos con su sistema inmunológico; el número de casos confirmados crecerá vertiginosamente en las siguientes semanas y, desde luego, el registro de muertes no descenderá; por último, que el coronavirus además de ser un problema de salud, es evidentemente un problema de clases, un virus racista. Pasar confinado en casa es fácil para quien tiene el respaldo económico, pero para aquellos que comen de lo que ganan en un día, es prácticamente imposible. En redes se leen frases como “O me mata el coronavirus o me mata el hambre” y “La gente muere, sí, pero la gente ha muerto desde siempre”. La muerte aparece como un presagio infortunio, un panorama desalentador para los que solo se tienen a sí mismos. “Me rompe el corazón que haya tantos niños en este país que solo reciben una comida al día en las escuelas públicas. Eso es todo lo que estaban recibiendo, y ahora no están obteniendo esa comida diaria”, se lamentó Lady Gaga en redes. Misma situación, distinto país: en México las escuelas públicas están cerradas y aquellos que comían ahí, tristemente hoy no comen y tampoco lo harán mañana, y así hasta el 30 de abril, aunque la postergación sea ahora una probabilidad insoslayable.

Durante siglos, el ser humano ha combatido devastadoras pandemias, pestes irremediables, situaciones ineludibles. Al igual que en La peste de Albert Camus, es necesario que el hombre encuentre dentro de sí el significado de la solidaridad humana. Y aunque el coronavirus diste evidentemente de ser tan caótica, es necesario estar preparados para el peor de los escenarios. La gente morirá a causa del Covid-19, sí, es algo que está sucediendo. Pero la gente puede dejar de morir si seguimos las recomendaciones que se han hecho, entre las que destacan: usar gel antibacterial, uso de cubrebocas, salir lo menos posible, evitar lugares concurridos y hacer las compras en solitario. Rosa Montero, a través de su cuenta de Twitter, escribió lo siguiente: “Usad la mano no dominante para picaportes, transporte, baños, etc. Porque es muy difícil que te toques la cara con esa mano. En Corea difundieron mucho este consejo”.

Por su parte, Elena Poniatowska escribió: “No lo hemos perdido todo, no hemos perdido el camino, todavía todo hace sentido, tenemos suelo bajo nuestros pies y toda la esperanza del mundo”. Activistas, escritores, políticos, periodistas y una lista larguísima de personas han salido a poner su grano de arena. Esta situación que vivimos nos ha demostrado que el lado humano reclama su lugar.

El coronavirus pasará como la peste bubónica, la influenza AH1N1, el ébola y como todas las pestes que han asolado el mundo y el resultado será siempre el mismo: la frivolidad saltará de nuevo al hombre. El hombre escribirá, seguro, aprenderá a hacer el jardín o volverá a bañar al perro, hará mil y una cosas para no sentirse invadido por el silencio, por la soledad. Y cuando esto pase, volveremos a ser los de antes. Que el ser humano es irresponsable por naturaleza, es algo irrebatible; que si puede hacer el cambio, es innegable. Este confinamiento nos hará entender que, el hombre, en su afán de conquista, ha sido conquistado tiranamente. La paciencia es una virtud en un lugar donde reina el terror, aunque el terror no siempre reina; a veces, simplemente, nos paraliza.

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