El presidente López Obrador ha desarrollado a lo largo de estos casi cinco años al frente de la transformación, una nauseabunda indiferencia moral. Su falta de respuesta ética y emocional al escenario de terror ocasionado por una fracasada estrategia en materia de seguridad y sus abrazos para una caterva de monstruos criminales —a los que tarde o temprano les llegará su hora— desencadenó una ola de reproches y una condena unánime ante su desensibilización por lo que ocurre en el país.

La ola imparable de violencia y desafío por parte del crimen organizado, coloca el tema de seguridad como el epicentro de cara al 2024.

La indiferencia moral del Ejecutivo que danza para convencer que no dijo lo que dijo como un chistorete de pésimo gusto ante el horror de los jóvenes masacrados en Lagos de Moreno, esboza la creación de un ambiente mañanero que empatiza con el río de sangre y las atrocidades delincuenciales que se cometen en su gobierno.

No hay manera de sostener lo contrario y la báscula del tiempo pasará una factura a ese grupo de funcionarios ineficaces, inútiles e inservibles que le están fallando a millones de mexicanos en materia de seguridad.

Este sexenio será el más violento en ajustes de cuentas, disputas territorialessecuestrosmasacresterrorismo corrupción.

En esta transformación el crimen organizado es el que manda, cogobierna y delimita fronteras. No puede haber continuidad en la fallida política de seguridad de López Obrador.

México llegará a las urnas en diez meses y no merece más de lo mismo.

En medio del Lago de sangre donde nada la transformación Morena, se exhibe la putrefacción interna y la simulación del piso parejo; la denuncia de Marcelo Ebrard sobre el cochinero en el proceso para elegir a la precandidata muestra la fisura que amenaza en convertirse en ruptura bajo las condiciones inequitativas del millonario dispendio orquestado desde el gobierno y bajo las narices presidenciales. Difícil pensar que el Presidente no tenga conocimiento de cómo y quién(es) mueven las aguas para llevarlas al molino de Claudia Sheinbaum; lo importante de las formas del acarreo es la señal del fondo que nada cambiará y se pretende mantener la ruta fallida seis años más. La implosión de Morena será también otra joya de los desastres construidos a pulso por López Obrador.

La estupidez de adelantar una sucesión y confrontar a las “corcholatas” es una historia que no terminará bien ante una inadecuada planificación y como única guía el hígado presidencial y la locuaz estridencia de un puñado de enanos que priorizan su posición, control y ambición en detrimento de la cacareada unidad.

Semanas complejas se avecinan y el daño de la exhibición sobre la inequidad del proceso expuesto por Ebrard sólo es la punta del iceberg de la creciente molestia interna que de seguir su atropellado camino, pavimentará una ruta que bien podría cambiar el curso rumbo a la madre de todas las batallas.

Nada está dicho pese a la confianza Morena que sobreestima sus habilidades y controles sobre la situación. El escenario aún tiene aristas de incertidumbre y es previsible desde su cúpula una toma de decisiones erróneas, atropelladas y viscerales que han sido el pilar del descomunal desastre de un partido hipócrita que prometía ser diferente y que ha enarbolado tras sus bambalinas protección a corruptelas, prácticas inmorales y acuerdos con organizaciones criminales.

Por el bien de México, eso tiene que cambiar.

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