Durante los días más solemnes del calendario litúrgico cristiano, las iglesias católicas presentan un cambio visual que no pasa desapercibido: los santos e imágenes se cubren con telas moradas.
Esta práctica, que alcanza su punto máximo el Jueves y Viernes Santo, tiene raíces profundas en la historia de la Iglesia y en el simbolismo del Triduo Pascual.
El color morado, símbolo de penitencia y recogimiento, se convierte en protagonista al cubrir imágenes que usualmente acompañan el culto cotidiano.
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La tradición se remonta al siglo XI y tiene como finalidad dirigir la mirada de los fieles exclusivamente hacia el misterio de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo.
Según sacerdotes y especialistas en el área, la intención de cubrir las imágenes es que el creyente no se distraiga y viva con mayor intensidad el duelo por la muerte de Jesús.
Las imágenes comienzan a cubrirse desde el domingo de ramos aunque en algunas iglesias solo los cubren jueves y viernes debido a que las tradiciones y costumbres las van modificando un poco cada comunidad y permanecen así hasta el sábado de gloria.
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El retiro de las telas en esa liturgia representa la victoria de Cristo sobre la muerte y la renovación de la esperanza.
Otra interpretación teológica señaló que esta costumbre refleja el momento en que, según el Evangelio de Juan, es que Jesús se ocultó y salió del templo, antes de su arresto y condena.
Así, el velo representa también la ausencia de Cristo entre los hombres durante su pasión.
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Aunque no es un rito obligatorio en todas las parroquias, muchas comunidades lo mantienen como una forma visual de vivir el misterio pascual.
El efecto de los altares sin adornos y sin figuras visibles provoca en los creyentes una sensación de vacío que refuerza el sentido de duelo.