Uno por uno, como fueron rescatados los cuerpos de los siete niños muertos durante un incendio en Iztapalapa, fueron cargados sus pequeños féretros hacia el patio de la vivienda donde los velaron, ubicada en la colonia Santa Cruz Meyehualco, en la misma alcaldía.

Los ataúdes blancos se colocaron juntos: el de Diego, de dos años; el de Adriana, de seis; el de Cruz Hidalgo, de 13, y Marlene, de nueve, en una sola hilera, mientras que el de Miguel Ángel, de 13 años; el de Jimena, de cuatro, y Óscar, de dos, en la segunda.

Alrededor de ellos pusieron 10 cirios, tres figuras plateadas de Cristo, dos cruces de flores de más de un metro de alto y varios ramos de plantas verdes con flores blancas cuyas ramas fueron separadas con delicadeza y luego colocadas dentro de cubetas con agua.

Nadie en el lugar lloraba con desesperación. Algunos simplemente sollozaban por los menores fallecidos, pero la mayoría callaba.

La madre de cinco de ellos, Elizabeth, estuvo sentada en una silla con los ojos llorosos. Su mamá, doña Virginia, quien el día del incendio fue encarada por las vecinas, tenía una cara distinta, sin maquillaje en los ojos. Ella también lloraba y era abrazada por otra mujer de cabello corto.

A un costado de cada ataúd se colocó un papel impreso con los nombres de los fallecidos. Así se supo el de la séptima víctima que no había sido reconocida inicialmente. Era Cruz Hidalgo, medio hermano de Elizabeth, es decir, tío de los niños.

En el mismo patio donde se veló a los niños, un grupo de mujeres se encargaba de cortar los alimentos que se prepararían para ofrecerlos en el rezo de los rosarios.

Los velan en silencio. Mientras hacían labores alrededor de la pila de agua, algunos vecinos entraron a la casa ubicada en el Callejón San Lucio, dieron su pésame y se sentaron en alguna de las bancas negras.

Otros colocaron siete moños blancos en la entrada principal y unos más, como la madre de los niños, se detuvieron a contemplar los ataúdes, la mayoría de ellos del mismo tamaño y adornados con hilitos blancos que colgaban de las tapas.

Después de una hora de que los cuerpos llegaron para ser velados entró al domicilio, un hombre moreno, delgado y vestido con chamarra azul se acercó a los féretros.

En un impulso, el sujeto intentó abrir uno de los ataúdes, pero los familiares se lo impidieron.

“Perdón, ¡ya no llegué!”, dijo muy de cerca a las cajas donde estaban los restos de los pequeños. Luego se recargó en una columna y se quedó mirándolos, callado y sin moverse. Una mujer que lavaba los alimentos en la pila comentó que él era el papá.

Personas que llegaron junto con él colocaron arriba de las cajas blancas un ramo de flores. Luego, todos se sentaron y el padre salió de la casa con sus parientes.

La familia decidió que no hablaría sobre los niños, sólo comentaron que serán despedidos este domingo en el panteón vecinal de Santa Cruz Meyehualco, luego de que se oficie una misa en la iglesia de la colonia.

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