Aún tengo presente los momentos en donde apareció mi gusto por el futbol. Era muy chico de edad, recuerdo que recién podía patear el balón tan duro. Mi madre me llevaba a los entrenamientos e incluso puedo reconstruir el nombre de quien era mi entrenador. Un hombre muy paciente, por cierto.

En este día, además de celebrar en México el inicio de la Revolución Mexicana, se debería festejar el Día Mundial de los Niños, sin embargo, no en todas partes sucede así y mucho menos en países que han encontrado la guerra en su camino. De hecho no hace falta irse tan lejos de suelo azteca, o de territorio potosino, para ejemplificar la indignante situación que viven muchos pequeños.

No obstante, el gusto por el futbol otorga libertades ficticias que desde un inicio buscan las palmas mediante una sensación de bienestar, misma que es concedida por una elección primeriza que no siempre depende de uno, pero que deja en nosotros la huella del agrado: el equipo al que le prometerás serle fiel, amarlo, cuidarlo y respetarlo, en lo bueno y en lo malo, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad, todos los días de tu vida.

Fue así que mi posición inicial fue la de portero, aunque yo no escogí vestir con guantes y en medio del arco para ser fusilado. Era el equipo del kínder –imagínense–,  y a excepción de dos compañeros que para esa edad jugaban con eminente habilidad, los demás iban de norte a sur tras la pelota, cual pelotón militar en formación invulnerable.

Con toda seguridad, así como comparto mi iniciación dentro del balompié, habrá millones de relatos distintos llenos de folklor, con la simplicidad de la diversión que ofrece el soccer, con la blanda ingenuidad que caracteriza el deporte cuando apenas anhelamos la hora del recreo.

Hoy en día la UNICEF hace hincapié en este día solo para recordar que todos los críos del mundo “tienen derecho a la salud, la educación y la protección, independientemente del lugar del mundo en el que hayan nacido”. Un propósito que se escapa de la voluntad humana como el agua entre las manos.

Y no es que el futbol sea capaz de propiciar estas actitudes, más bien es el deporte, porque no importa si te gusta el americano, el básquet o el baseball, lo que importa es que todos fuimos chicos cegados por alguna ilusión deportiva y eso nunca se debe olvidar.

Sé que aquellos niños que en la actualidad viven en condiciones complicadas no leerán esto, porque en mi esperanza existe la idea de que un balón los hará más felices que unas cuantas letras desconocidas. Lo que sí le digo a los que todavía me acompañan con su lectura hasta este punto es que, mientras queramos y gracias al deporte, seremos niños por siempre.

Foto: Archivo El Universal Querétaro.

Aldo Casas.

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