Había visto el nombre de Marta Sanz (1967) en todas las librerías de México a las que entraba. Cada que llegaba a una, imaginaba que encontraría sus libros ahí, a un lado de los de Guadalupe Nettel o María Gainza, de quienes los suyos se hermanaban bastante bien. Lo que nunca imaginé fue entrevistarla años después, en Madrid, un viernes luminoso y con un clima terriblemente caluroso, que a mí y seguro a muchos, nos destrozaba los labios. Nos vimos en la Plaza del Dos de Mayo, en un café llamado Pepe Botella, en el que, según me enteré, a menudo suena jazz y donde las persianas, a diferencia de su último libro, sí estaban levantadas.

El futuro sonaba distinto allí dentro, aunque solo hasta el final de la entrevista sabríamos con exactitud a qué. Dentro, pasillos laberínticos, muebles rojos y sillas que se duplicaban en cantidades monstruosas. Gente entraba y salía a cada tanto, avanzaban como soldadillos y pagaban al ritmo de una máquina. Recorrí el lugar rodeado de espejos y ventanas enormes, esperando que Marta estuviera sentada en alguna de los departamentos. Los empleados sonreían como el Gato de Cheshire y a cada minuto preguntaban: ¿necesita algo más? Revisé el reloj: yo había llegado antes. Recién me había sentado cuando la vi entrar: gafas oscuras, chaqueta negra y debajo un suéter rojo; el cabello le llovía a los hombros. Cualquiera que no hubiese sido yo, habría pensado que quien acababa de entrar se preparaba para dar un concierto de rock allí dentro.

Mi primera impresión fue de terror al saber que no llevaba la grabadora y que aún estaba en camino Paula C., a quien le pido en ocasiones que me acompañe a mis entrevistas porque todo el mundo reconoce su talento, encanto y dulzura, y porque su grabadora es tan buena que Marta, apenas la vio, sintió extrañeza y admiración por el aparato. Dentro, la presencia de Marta nos fascina a todos, incluso a la mesera que, a cada tanto, hace señas desde atrás y pregunta quedito: ¿Quién es esta mujer que habla tan bien?

“El reto que tienen que afrontar las personas cuando leen es el de empinarse un poquito”, Marta Sanz
“El reto que tienen que afrontar las personas cuando leen es el de empinarse un poquito”, Marta Sanz

Su voz es dulce e imponente, producto de la ternura y la alegría de toda una vida dedicada a la literatura. Marta tiene la costumbre, la maravillosa costumbre, de sonreír la mayor parte del tiempo. Cuando habla de literatura, lo hace con una pasión desbordada y admirable que, a todos, estoy seguro, nos inspira a seguir atentos ahí y a tomar notas. Antes de la entrevista, Marta me cuenta con entusiasmo que escuchó a Ida Vitale hace algunos años, en una conferencia. Marta rescata y atesora la manera en que Vitale contaba cómo había empezado a leer la poesía de Gabriela Mistral. A Marta se le iluminan los ojos cuando menciona el nombre de Ida y sonríe con ternura, solo entonces dice: “Ella decía que no entendía nada, pero nada, nada, nada. Y, cuando estaba a punto de tirar la toalla, dijo: voy a empinarme un poquito”. Y, con el mismo encanto, Marta agrega: “Yo quiero creer que, al igual que hay muchos tipos de escritores y de escritoras, también hay muchos tipos de lectores y de lectoras. Cuando intento escribir de una manera exigente, porque yo soy exigente conmigo misma, entiendo que al otro lado hay personas que son igual de exigentes o de intrépidas en sus búsquedas como yo. Creo que el reto que tienen que afrontar las personas cuando leen es el de empinarse un poquito”.

Y pienso, mientras la veo sonreír, que a mí también me gustaría hacerlo, que me gustaría empinarme un poquito en esta entrevista, en la que hablamos sobre su nueva novela Persianas metálicas bajan de golpe, una distopía que crítica al presente y que plantea, a su modo, preguntas sobre la tecnología actual y su relación con lo humano. Una novela imponente que deslumbra, no solo por su ingenio, sino también por su implacable honestidad y relación con el siglo en turno.



AR: Margaret Atwood suele decir, Marta, que sus distopías han surgido de una exageración de algo que ocurría en el presente. ¿Con Persianas metálicas bajan de golpe sucede lo mismo?



MS: Escribo esta novela precisamente para contar lo que son mis incertidumbres y mis preocupaciones respecto al presente. Entonces, me siento absolutamente identificada con esta definición de Margaret Atwood, al igual que me siento completamente identificada con lo que decía Ursula K. Le Guin, cuando hablaba de sus espacios imaginarios y de sus mundos fantásticos. Ella decía que los creaba precisamente para expresar su disconformidad respecto a la política económica estadounidense, respecto a las formas de explotar la tierra que, para ella, eran antiecológicas y depredadoras. Yo creo que una marca política que siempre ha caracterizado la ciencia ficción, te diría casi desde sus orígenes, tiene que ver con esa incomodidad respecto al presente que se expresa a través de fórmulas que pueden ser satíricas, que pueden ser hiperbólicas, que pueden ser de imaginación desbordada, pero que en el fondo lo que está planteando es una incomodidad respecto a la contemporaneidad.

Lee másAquismón inicia preparativos para segunda ruta de Serial Trail Mágico en SLP



AR: ¿Por qué drones y no otro tipo de máquinas?



MS: Esto me lo he preguntado a posteriori. Tal vez porque son máquinas no antropomórficas. Creo que siempre que pensamos en las inteligencias artificiales pensamos en la robótica, en los androides y los ginoides. Entonces, yo pensé ¿por qué no dotar de esas supuestas habilidades intelectuales, de esa posibilidad de aprender, a una máquina que no tenga una apariencia humana? Me interesaba mucho desvincular esa idea del cuerpo y de la carne de las posibilidades de una inteligencia, una artificial. Y luego, también, porque dentro de Persianas metálicas bajan de golpe hay un empeño muy decidido en mostrar todo lo que la tecnología tiene de cacharrería. Todo lo que la tecnología no tiene de eso, de sofisticado, elegante y estilizado, sino lo que la tecnología puede tener, como se dice en alguna parte de la novela, de cacharritos de la feria. En un momento lo dice el personaje de Cucú. Yo me acordaba del coche fantástico de Cars, la película de Pixar. Y yo me hablaba de esas formas de personificación de cosas, de objetos sin la necesidad de que ese objeto se parezca física, corpóreamente, a los seres humanos, porque creo que la carne es una diferencia fundamental.


AR: También hay un guiño a Foucault…


MS: También. Quiero decir, esa es otra de las razones. Mi relación con la tecnología a partir de la experiencia de la pandemia y del confinamiento se hizo mucho más radical por necesidades laborales y de comunicación. Y ahí me di cuenta de cómo las redes sociales y todos los usos de la tecnología tenían que ver con ese grumo entre la vigilancia y el cuidado. Nosotros llevamos un geolocalizador en el teléfono y ese geolocalizador nos cuida si nos perdemos, pero, al mismo tiempo, es una forma de vigilarte. Creo que en la pandemia perdimos todas las prevenciones habidas y por haber. Y me di cuenta de que en ese concepto del cuidado y la vigilancia hay algo de posición superior, trascendencia del panóptico convencional del género de ciencia ficción. Vivimos en un panóptico gigante e inabarcable. Esa mezcla de la vigilancia y cuidado podía ser perfectamente una metáfora de cierto tipo de relaciones amorosas. Por eso los drones de esta novela, de algún modo, se enamoran de los objetos de su observación. Quería captar esa doble vertiente de las nuevas tecnologías como algo fabuloso y, al mismo tiempo, como algo que se dice en España, aunque no sé si en México, algo cutre.

Marta sonríe, mueve los brazos, a ratos mira a los lados, busca los ojos de Paula y vuelve a los míos. Le comento, entre otras cosas, que me resulta muy interesante la postura de sus drones, ya que, al pronunciar ciertas palabras, retroceden como si cayeran en una suerte de miedo. ¿Por qué se corrigen cada que pronuncian estas palabras?, ¿a qué temen?, ¿de dónde viene esta prohibición?, me pregunto. Me mueve la risa tanto como a Marta, porque reconozco en su obra la intención paródica. Los drones de Marta dominan las alturas, cuidan —vigilan— a mujeres, se censuran cuando dicen “follar”, se callan, se corrigen, son drones que quieren enamorarse y ser capaces de sentir emociones.

En una época como la nuestra, Marta, en la que impera la censura, ¿cómo llevas tú el tema?



MS: Aquí quiero contestar dos cosas que, de algún modo, encierran la pregunta. Por una parte, para mí una intención prioritaria dentro de Persianas metálicas bajan de golpe era mostrar cómo al mismo tiempo las inteligencias artificiales evolucionan en su dominio de supuestos lenguajes, y cómo esa evolución de los lenguajes implica una mayor complejidad de pensamiento, de previsiones, incluso de llegar al mundo de las emociones, y eso pasa con los drones; paralelamente revierte en un uso cutre de la tecnología por parte de los seres humanos, que nos hace reducir nuestro léxico a 1500 palabras y considerar, a veces, incluso un insulto que haya personas que usen más de 1500 palabras, porque parece que te están expulsando. No estoy hablando de mundos sin posibilidades de alfabetización o cosas parecidas. Eso por un lado, y luego por otro... claro que hay una burla a ese tipo de censura literaria. Hay una burla a ciertas formas de la cancelación.

AR: ¿Por qué?

MS: Porque para mí la literatura es cualquier cosa menos edificante. La literatura no es una cartilla. La literatura no es un fragmento de una sillería medieval donde un maestro artesano te explicaba a través de las cosas lo malo que era el demonio. La literatura es un medio que no es literal. Es decir, yo puedo plantear una escena de una extrema crueldad y puedo hablar de un mundo ultramachista y puedo decir unas palabras horrorosas. Y lo que estoy buscando es que tú como lector trasciendas, que seas capaz de atravesar ese espejo, de atravesar esos filtros del lenguaje literario para intentar construir un significado del que yo te doy pistas, no de una manera autoritaria ni abiertamente educativa. Yo creo que la literatura puede transformar la realidad, pero con una metodología que no es la de la educación. Entonces, jugamos con los espejos, jugamos con los microscopios, con la crueldad, con las malas palabras. Eso implica que luego tú asumes y metabolizas lo que te parece conveniente. Me parece que, respecto al progreso, hay algo muy perverso en la cancelación.

“El reto que tienen que afrontar las personas cuando leen es el de empinarse un poquito”, Marta Sanz
“El reto que tienen que afrontar las personas cuando leen es el de empinarse un poquito”, Marta Sanz


MS: Bueno, yo desconfío en el ingeniero jefe, ya sabes [ríe]. Desconfío mucho en esa invisibilidad de los dueños del mundo, en una sociedad y un sistema en el que a ti se te rompe el teléfono y no puedes hablar con una persona. Desconfío en la falta de responsabilidades últimas. Desconfío en una cultura que, diciéndote que todo es posible, que todo es maravilloso, que tienes que ser súper feliz, lo que te está haciendo es culpabilizar individualmente de las cosas que a ti te pasan porque no eres lo suficientemente positivo y exculpando al sistema y a las formas de organización colectiva.


Lee tambiénLaguna de la Media Luna podría convertirse en Patrimonio Mundial de la Humanidad


En Land in blue los personajes olvidan las cosas… ¿es esta una analogía de la amnesia colectiva o del desdén tan acentuado de esta época?



MS: Sí, y con un sentido muy distinto del tiempo, que se ha acelerado.  El futuro ya está aquí y, como se dice en un momento de la novela, “el futuro ya está aquí y es súper chorra”. No sabemos cómo hemos llegado, pero, por ejemplo, las personas de mi generación nos hemos hecho prematuramente viejas porque los códigos aparentemente han cambiado tremendamente de prisa y nos expulsan de la realidad. Eso por un lado. Y luego, por otra parte, yo ya hablé de la memoria en mi novela anterior, que es Pequeñas mujeres rojas, y hablaba concretamente de la memoria democrática en España, de cómo por querer vivir en un mundo aparentemente feliz, se consideraba una forma de venganza lo que era justicia y reparación de los vencidos y de las vencidas de una guerra. Contaba cómo eso es perverso, porque de algún modo esa pérdida de la memoria de un futuro mucho más reciente de lo que pensamos parece que es lejanísimo, pero es hace cinco minutos. Lo que hace es legitimar las posverdades y legitimar la posibilidad de que los cachorros del franquismo y de la dictadura ahora se consideren paladines de la democracia y consideren que ellos pueden ser los padres fundadores de la democracia.


Me preocupa muchísimo el rebrote de la ultraderecha en Europa. Eso tiene que ver con la pérdida de la memoria histórica, con la pérdida de la memorización en la enseñanza, con cómo todos disfrutamos de memorias extracorpóreas y depositamos nuestra confianza en Siri, en Alexa o en Google. Yo de repente olvido que el protagonista de Lo que el viento se llevó es Clark Gable, pero no tengo ningún problema, no voy a hacer ningún esfuerzo, no me voy a empinar un poquito ni a rebuscar en mis sinapsis cerebrales, inmediatamente voy a buscar en Google. Entonces, creo que todo esto está mucho más relacionado de lo que parece. Creo que la infantilización, la valoración de esa juventud, el culto al cuerpo y a la salud, todo tiene que ver con una sociedad en la que, en realidad, la idea dominante es la de una muerte que se quiere escamotear a cualquier precio. Y en eso también creo que es muy importante la pandemia que hemos padecido. En esta novela hay una marca de la pandemia clarísima, que yo he reconocido también en muchos otros escritores, en este caso españoles: Ray Loriga, Elvira Navarro, Miguel Ángel Hernández… Todos nos hemos puesto a escribir novelas que, desde distintas claves y con distintas soluciones, son novelas en las que hay un sustrato muy importante de esa muerte de la que nos queremos olvidar haciendo sentadillas. Sin parar.



Tus drones cada vez intentan ser más sentimentales y tus mujeres más robóticas. ¿Tienes un interés en que la tecnología del futuro tenga cierta responsabilidad emocional en cuanto a su relación con lo humano?



MS: Ojalá esa sea la deriva de la tecnología. Eso casi, si quieres, es casi la expresión de un deseo. Pero claro, aquí yo ya me pongo en la situación ciudadana crítica y a mí lo que me da mucho miedo del desarrollo de la tecnología es el cambio del mercado laboral y que se haga real esa posibilidad de pérdida de 300 millones de puestos de trabajo. Esto me produce un resquemor enorme. Sin embargo, si esa posibilidad no estuviera ahí, yo no vería nada malo ni nada amenazante en el hecho de que una máquina pudiera expresar emociones y desarrollar sentimientos. Yo aquí me acuerdo mucho de esa película tan preciosa que era Wall-E. ¿Os acordáis de Wall-E? Yo tenía a Wall-E también en la cabeza cuando estaba hablando de eso. A mí lo que me preocupa no es el desarrollo sentimental de una inteligencia artificial, a mí lo que me preocupa es la deshumanización de nosotros. O sea, me preocupa lo que tú has dicho, me preocupa que un personaje como Selva Sebastián, su objetivo en la vida sea hacer una coreografía de TikTok para que la metan en una bola. Me preocupa esa manera de fetichizar el propio cuerpo, esa manera de rutinizar, de no querer pensar en las cosas que suceden, porque las cosas que suceden te pueden hacer daño. Me preocupa esa pérdida de la memoria, de los vínculos fuertes, de las distancias cortas, de la proximidad, porque confiamos mucho más en las fantasmagorías, en lo lejano, en los hologramas. Y por eso esta novela yo creo que tiene un toque muy romántico, desde el punto de vista del imaginario romántico tradicional. Por eso, porque está llena de encantamientos, de hechizos, de muerte, de pérdida de la identidad, todos los personajes o casi todos tienen nombres dobles o nombres que van cambiando, que eso complica la lectura, pero es un rasgo que tiene que ver con la pérdida de la identidad: no llamarte solo de una manera, olvidar tu nombre, olvidar dónde vives, olvidar dónde están tus hijas, olvidar si una persona está viva o muerta.

“El reto que tienen que afrontar las personas cuando leen es el de empinarse un poquito”, Marta Sanz
“El reto que tienen que afrontar las personas cuando leen es el de empinarse un poquito”, Marta Sanz


MS: Lo primero que le pregunté al chat GPT, o como se llame, es quién era su jefe. Y no lo sabía. ¿Quién le pagaba? ¿Por qué trabaja sin que le pagaran? ¿Cuál es tu sesgo de la programación? Tampoco lo sabía. Reconocí un sesgo ideológico. Entonces, en realidad no me pareció que las inteligencias artificiales estuvieran todavía demasiado desarrolladas. Me gustó que pudiera hacer previsiones respecto a un título y que pudiera afinar respecto a la violencia que se encerraba en una novela titulada Persianas metálicas bajan de golpe. Eso me pareció interesante. Por una parte, insisto, me preocupa esa especie de posible colonización del mercado laboral por parte de este tipo de artilugios. Y me preocupa esta colonización porque yo creo que siempre van a salir perjudicadas las personas más desfavorecidas, las personas que son las más más vulnerables. Me preocupa que esto sea una herramienta para engañar en el sentido de que hay gente que piensa que el algoritmo no tiene un sesgo ideológico. Pareciera que esto fuera un mundo feliz, en el que no hubiera contradicciones de raza, de clase, que hubiéramos anulado absolutamente todo. No es verdad. Por eso en mi novela el Ingeniero Jefe es blanco. Piensa en inglés, pero no habla en inglés. Es machista, es un tipo tremendamente reaccionario que tiene una relación bastante curiosa con su madre, por no decir bastante perversa. Todo eso a mí me da que pensar. Que desde las inteligencias artificiales se puedan hacer cosas más rompedoras, esto me parece interesante. Y sobre todo me parece interesante en la medida en la que nos da que pensar ¿por qué estamos rutinizando el lenguaje literario?, ¿por qué lo estamos adelgazando?, ¿por qué pensamos que todos los libros han de ser el mismo libro?, ¿por qué se gentrifican los estilos literarios?, ¿por qué, por ejemplo, una novela como Persianas metálicas bajan de golpe utiliza la música y las estrategias de los géneros musicales para darle un relieve significativo a la prosa? Es tan complicado. ¿Por qué nos hemos acostumbrado a un tipo de literatura que solamente es una literatura relacionada con lo que yo llamaría la fast food cultura? Es hamburguesa. Si los experimentos con las inteligencias artificiales sirven para recuperar modos diferentes de entender la literatura, me parecerá estupendo. En el caso de que las inteligencias artificiales lo único que hagan es impostar epigonalmente formas bestsellerizadas de entender la literatura, pues me parecerá una oportunidad perdida.


Marta, ¿qué tanto tomas del cine para la literatura?


MS: Muchísimo. Yo creo que mi primer contacto con la cultura estuvo en el cine. Fui una niña que tuvo la suerte de criarse en una ciudad de la costa mediterránea, súper turística, que se llama Benidorm; por cierto, espacio de ciencia ficción donde los haya. Yo fui allí con mis padres cuando tenía cuatro años y estuve desde los cuatro hasta los doce o trece. Y en Benidorm había doce cines de verano que abrían en mayo y cerraban en octubre, que ponían una película distinta a cada noche y a la que podíamos entrar todos los niños. Con esto te quiero decir que yo a los diez años podía estar viendo La caída de los dioses de Visconti y al mismo tiempo estaba viendo el destape español y las películas de La tercera vía, una de kung fu y al otro día, yo qué sé, una de Pasolini. Eso ha configurado mi collage cultural y, de hecho, por ejemplo, yo a la fascinación por la novela negra llego de la fascinación por el cine negro. Me encanta el cine, evidentemente, y mis libros están llenos de referencias cinematográficas porque yo esas imágenes las tengo metabolizadas, porque forman parte de mí y entonces se cuelgan en mis narradores y en mis personajes. No hay manera de que yo me quite de esto. Pero aquí también quiero decir una cosa, porque en esta novela es cierto que hay un collage cultural muy importante; aquí hay cine. El libro se dedica a Lars von Trier, Federico Fellini y a Bob Fosse, y se dedica la novela a ellos por esos artificios que nos hacen ver mejor la realidad, en una época en la que los artificios están muy desprestigiados y todo tiene que ser directo o auténtico. Hay artefactos, ornamentos, exageraciones, cánticos desbordados que nos ayudan a ver mejor, que no enturbian, sino que agrandan. Son una lupa de aumento, como los espejos deformantes del callejón del Gato de Valle Inclán. Hay una mezcla de todo aquí: música, cine, literatura, mucha literatura, telebasura. Aquí hay programas del corazón de la televisión española. Están mis columnas de El País reconvertidas en una serie de televisión con la que el Ingeniero Jefe ofrece una fantasía de pluralidad. Esto también es muy curioso, creo que vivimos en un mundo con un discurso bastante único, donde de vez en cuando tenemos fantasías toleradas de pluralidad.

AR: ¿Consideras que eres una escritora que tenga un compromiso con el futuro a través de la ficción?

MS: ¡Yo, joder, eso me encantaría creerlo! Eso te diría que ojalá y cruzaría los dedos y me haría supersticiosa y le pondría una vela a los santos en los que no creo y todas estas cosas. Yo soy una escritora que tiene una gran confianza en la palabra literaria y, sobre todo, soy una escritora que piensa que la literatura no es una y primera. Yo pienso que hay muchas maneras de acercarse a la literatura, que cada libro ha de encontrar su propio lenguaje y que por eso este libro tiene un lenguaje y otro libro mío ha de tener otro y el que tú escribas otro. Me niego al rodillo de esa clientelización de los lectores como consumidores culturales que solo pasan por un determinado tipo de estilo gentrificado. En ese sentido, yo soy una mujer que tiene muchísima confianza en la palabra escrita, porque creo que de verdad todas las palabras escritas se nos quedan dentro, para bien o para mal, y ahí no caben censuras. Ahí cada ser humano ha de ser adulto porque no somos niños para poder filtrar y construir su propia inteligencia y su propia sensibilidad. Y en esa lógica, yo intento reaccionar frente a mi presente con los libros que escribo.  Por eso elijo hablar de determinados temas con un estilo que muchas veces también va a la contra de lo que se consideran los estilos dominantes. Cada libro que escribo no solamente hace una crítica a la realidad del presente, sino también al estilo dominante, porque me parece que este también está relacionado con un modelo económico dominante y con una manera dominante de entender la cultura. Yo ahí me arrojo. Me arrojo contra las paredes y espero que eso sirva para algo ahora y en la medida en la que sirve ahora, pues espero que eso pueda ser bueno para el futuro.

AR: Y ya que hablamos de los compromisos, ¿cuál crees que sea el tuyo a la hora de escribir?

MS: Mi mayor compromiso a la hora de escribir creo que es algo que ya he comentado antes de algún modo. Por una parte, se relaciona con el hecho de saber que todas las personas que incorporamos un discurso en el espacio público tenemos que ser responsables. Pero ser responsables... ha venido aquí el boicot: ser responsables no significa lo mismo que autocensurarse, ser educativa y pensar que la literatura es edificante. Tú eres responsable utilizando tus técnicas metafóricas, tus analogías y todas estas cosas. Y luego, por otra parte, creo que esa responsabilidad también pasa por el hecho de negarte a ser una marca. No quiero ser siempre idéntica a mí misma. No quiero buscar una fórmula que me identifique y en la que yo ya me pueda sentir cómoda para siempre. Yo igual que pido intrepidez a mis lectores, me pido intrepidez a mí misma desde la convicción de que en la literatura el fondo y la forma son indisolubles y que, si yo utilizo la misma forma siempre, si yo utilizo siempre el mismo estilo, estoy contando la misma historia. Yo necesito buscar estilos diferentes para contar distintas historias, para plantear distintas preguntas, para sugerir distintas incertidumbres. Ese es mi trabajo: buscar con el lenguaje, entre el lenguaje y saber que el lenguaje es una herramienta de comunicación, pero también de descubrimiento.

Marta, si las persianas metálicas de este establecimiento bajaran de golpe en este momento, ¿a qué sonaría el futuro?

MS: ¡Sonaría a mucha claustrofobia! ¡A mucha! [ríe]. Y si quedáramos aquí los que quedáramos, y no hubiera nada más, en cuanto se acabarán las galletitas, sonaría a canibalismo… pero, bueno, pensemos esto en términos de ficción, por favor.

Lee más:

Google News

TEMAS RELACIONADOS